María Guadalupe Ramos Ponce, coordinadora regional de Comité de Latinoamérica y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM) nos comparte un artículo de opinión a propósito del Premio Princesa de Asturias de comunicación y humanidades que han otorgado a Byung-Chul Han y su reflexión sobre la “sociedad del cansancio”.
La mirada política y ética sobre el cansancio alimentan un debate urgente sobre el ritmo de vida contemporáneo. Sin embargo, al adoptar una mirada con enfoque de género desde las prácticas cotidianas, académicas y de activismo, se muestra la insuficiente crítica a la autoexplotación que nos revela una dimensión de género crucial. Resalta el imperativo que no es una fuerza ciega, sino una estructura que recae históricamente sobre las mujeres y los cuerpos feminizados, obligados no solo a la producción económica, como al incesante trabajo del cuidado y la sostenibilidad de la vida.
En este escenario, la esfera educativa se encuentra en una encrucijada, pues la presión por la eficiencia, las métricas inmediatas y la demostración constante de competencias corren el riesgo de convertir el aprendizaje en una extensión de la lógica productivista.
Si la educación aspira a ser un espacio de liberación y formación a lo largo de toda la vida, debe anteponer la reflexión como una práctica de resistencia, recuperando la pausa y la lentitud que son esenciales para el pensamiento crítico y que combaten el agotamiento impuesto. El desafío pedagógico radica, por lo tanto, en desmantelar la trampa de la “libertad explotada” dentro del propio proceso de enseñanza.
El artículo señala que las mujeres junto a los cuerpos feminizados son las más vigiladas y exigidas bajo el régimen neoliberal que prometió elegir, pero mantuvo el mandato de complacer y sostener la vida, el mundo.
Ante esta realidad de sobrecarga por género, la reflexión se vuelve una práctica política en el aula: es el tiempo necesario para reconocer el cansancio como una señal, no como un fracaso individual. Integrar una ética del cuidado en la educación significa validar la necesidad de poner límites, desobedeciendo el mandato de ser impecables e incansables.
Al defender activamente la pausa reflexiva, los centros educativos no solo cultivan la mente crítica, sino que se ofrecen como un antídoto contra la extenuación impuesta, creando los espacios de reposo y escucha que son el corazón de la resistencia feminista y la clave para tejer un sentido comunitario y esperanzador frente al vacío.
Compartimos el artículo:
Byung-Chul Han, al recibir el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, habló desde un lugar que no suele ocupar el pensamiento contemporáneo: la pausa. Su discurso, breve y contundente, volvió sobre una idea que hoy atraviesa nuestras vidas “la sociedad del cansancio”, esa estructura invisible que nos empuja a rendir, a producir, a mostrarnos disponibles y competentes hasta la extenuación.
Desde una mirada violeta, su advertencia resuena en clave feminista. La autoexplotación que describe Han no es una metáfora: tiene cuerpo, tiene género y tiene historia. Las mujeres, las disidencias, los cuerpos racializados y empobrecidos han vivido durante siglos bajo el mandato del rendimiento sin descanso, cargando no solo con la producción económica, sino con el trabajo del cuidado, el afecto y la sostenibilidad de la vida.
El filósofo coreano señala que hoy el poder no nos oprime desde fuera, sino que habita en nuestra voluntad de hacer más, ser más, mostrar más. Creemos ser libres, dice Han, pero vivimos en un régimen que explota la libertad. Y en esa trampa, las mujeres volvemos a ser las más agotadas, las más vigiladas, las más exigidas. La libertad neoliberal nos prometió elegir, pero no nos liberó del mandato de complacer ni del peso de sostener el mundo.
La sociedad del cansancio también nos habita cuando nos exigimos ser impecables, incansables, perfectas.
En los movimientos feministas también se infiltra ese mandato. La militancia se vuelve una carrera, la sororidad se mide por productividad y la urgencia por transformar se confunde con la obligación de no detenernos nunca. La sociedad del cansancio también nos habita cuando nos exigimos ser impecables, incansables, perfectas. Por eso, mirar con ojos feministas el discurso de Han es una invitación a la ternura como práctica política y al cuidado como principio de transformación. Han advierte también en su discurso una verdad dolorosa: que nos hemos convertido en instrumentos del Smartphone, ya no lo usamos, él nos usa. Esta afirmación, revela las nuevas formas de dominación tecnológica: la hiperconectividad que exige visibilidad constante, la exposición de los cuerpos y la autoexplotación emocional. Las redes sociales multiplican el control, pero también el agotamiento. La violencia digital, el acoso y la exigencia de estar disponibles son parte de esta sociedad que cansa, agota y vigila.
…donde el neoliberalismo destruye vínculos, el feminismo los reconstruye; donde el sistema produce cansancio, las mujeres producimos cuidado.
El feminismo, en cambio, nos enseña a poner límites, a sostener la vida sin vaciarnos, a desobedecer el mandato del rendimiento. Frente al vacío que Han diagnostica, esa falta de valores que deja a las personas solas ante su fatiga, las redes feministas tejen comunidad, crean sentido, reinventan el deseo político y la esperanza colectiva. Ahí donde el neoliberalismo destruye vínculos, el feminismo los reconstruye; donde el sistema produce cansancio, las mujeres producimos cuidado. La resistencia feminista pasa, entonces, por crear espacios donde sea posible el reposo, la escucha, la lentitud. Por recuperar el tiempo propio, por reconocer el cansancio como una señal política, no como un fracaso. Porque en la sociedad del cansancio, descansar es un acto de rebeldía. Y en el corazón de esa rebeldía habita la posibilidad de volver a mirar el mundo con esperanza y con alegría, porque como bien decía Emma Goldman, ¿De qué nos sirve la revolución, si no la podemos bailar?
Lee el original en: El Partidero – Mirada Violeta: la sociedad del cansancio y la resistencia feminista




